Romeo (Adrian Titieni) es un médico de casi 50 años que dejó atrás las ilusiones relacionadas con su matrimonio con Magda (Lia Bugnar), ahora acabado, y su Rumania destrozada por los acontecimientos. Para él todo lo que importa ahora es su hija Eliza (Maria-Victoria Dragus), de 18 años, que irá a estudiar a una prestigiosa escuela en Inglaterra tras los exámenes finales. Pero en la víspera del examen, es atacada en la calle y ante el posterior trauma que sufre, Romeo hará todo lo posible para garantizar que ello no perturbe el destino que ha elegido para su hija.
Graduación (Bacalaureat, 2016) es el largometraje por el que Cristian Mungiu se llevó el premio a Mejor Director ex aequo (o en empate) con Oliver Assayas (Personal shopper, 2016) en la edición 69ª del Festival de Cannes y sencillamente por la razón que, de entre todas las propuestas de la Selección Oficial de esa edición, cada uno de los cineastas trajo una propuesta muy bien acabada en sus distintos trabajos. El premio no establece que haya paralelismos temáticos o de estilo, tan solo la votación es tan cerrada que no logra dejar a un cineasta por encima de otro en esta ocasión.
Cristian Mungiu ya se había llevado la Palma de Oro en 2007 por el drama 4 meses, 3 semanas, 2 días que lo colocó de inmediato a él y al cine rumano de nuevo en el panorama mundial con el estilo tan directo y austero que se volvió característico de la camada rumana (contando con Cristi Puiu y Corneliu Porumboiu entre otros), en esta ocasión con Graduación pareciera que su estilo tan desenfadado y libre documenta el día a día del desencantado Romeo tratando de llevar su vida diaria hasta que el incidente con su hija lo vuelca a utilizar el sistema de pequeñas corruptelas que suben de escala para lograr que su hija logre salir de Rumania en pos de un mejor futuro que él y su esposa no lograron tener. Aunque en esta ocasión no busca el frenetismo que caracteriza a 4 meses…, la impasible calma con que retrata en todo momento a su protagonista siempre ofrece la tensión suficiente para que en cualquier momento parezca que algún otro incidente esté por suceder.
La vida no ha sido tan generosa con Romeo a pesar de ser el jefe de médicos en el hospital en el que trabaja, tampoco la relación extramatrimonial que sostiene con la maestra Sandra (Malina Manovici) como para sobrellevar el matrimonio decadente con su esposa Magda en permanente depresión. La única motivación que le da sentido a su andar es la de procurar que su dedicada hija única Eliza logre el promedio suficiente para ser aceptada en alguna universidad de Inglaterra y salir de la Rumania posrrevolucionaria que nunca mejoró la situación de la gran mayoría. Su estatus de director médico le ha dado las suficientes relaciones con antiguos colegas y amigos siempre a la disposición para otorgar favores o hacer peticiones especiales. Así que en el momento que se entera del ataque a Eliza, quien toma de inmediato el caso como personal es su amigo el Jefe de Inspección (Vlad Ivanov) que le promete encontrar al culpable. Viendo su preocupación porque el incidente distraiga de sobremanera a su hija, el Jefe empieza a mover influencias para que Romeo acuda puntualmente a intercambiar favores a cambio de una serie de ayudas con el rector de la Universidad y hasta el Alcalde Bulai (Petre Ciubotaru) urgido de un transplante de hígado y de seguir prodigando favores con dinero en sobres. Tanto Romeo como Magda le han inculcado la rectitud y honestidad a Eliza, pero esta situación extraordinaria hace circular al mismo Romeo en el terreno de corruptelas que tanto desprecia, sopesando hasta dónde esquivar las férreas reglas que existen y que su hija escape del sistema en el que se encuentran encerrados.
En la ecuánime y aparente realización sobria de Cristian Mungiu, destaca una precisión más que quirúrgica en el desarrollo de cada una de sus escenas: nada sobra y nada falta lo suficiente como para que en cualquier momento esperemos alguna otra circunstancia que obligue a Romeo a caer en otra trampa, sea en planos secuencias limpios sin vuelcos de cámara, ni exabruptos sonoros para remarcar el creciente peso moral del protagonista por estirar los hilos de sus influencias con tal de ser el mejor padre para una hija que en cada momento empieza a distanciarse de él y que busca controlar todo lo que le rodea por resolver el crimen que ha sufrido al tiempo de ofrecerle un mejor futuro.
Gracias al trabajo del equipo encabezado por Mungiu desde la cámara, la ambientación, el reparto, nunca se extraña que carezca de música en la mayoría del filme aparte de alguna incidental que aparece en el radio que se apaga, tampoco que la aparente linealidad de la historia en realidad sea una caída impasible en espiral que pone de frente a Romeo con las consecuencias legales, emocionales, maritales y extramaritales a las que le llevan sus acciones, tanto como para sufrir con él la creciente paranoia de sentirse perseguido por un atacante fuera de cuadro que ni siquiera al perseguirlo en la oscuridad puede atraparlo, tanto como la incertidumbre lo ha atrapado a él.
Pobre Romeo que sufre ante la inminente Graduación de su hija Eliza en una Rumania posrrevolucionaria decadente y corrupta. ¿O en qué otro país a-ante-sin-sobre-detrás-para-por-pre-posrevolucionario se puede vivir una situación tan parecida a la que Adrian Titieni interpreta con tal precisión?
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