En el 12º largometraje de ficción de Hirokazu Kore-eda, Tras la tormenta (Umi yori mo mada fukaku, 2016), el maduro pero divorciado Ryôta Shinoda (Abe Hiroshi) en un permanente estado precario, viaja a la casa de su madre Yoshiko Shinoda (Kiki Kilin, habitual actriz del cineasta), quien sigue habitando en el conjunto habitacional de toda su vida, para hurgar los rincones y encontrar algo de valor que tal vez haya dejado su padre fallecido con tal de empeñarlo. Una costumbre por la que su madre sabe de inmediato que ni está bien y tampoco tiene dinero, y del que su hermana frecuentemente le asesta una retahila de reclamos escondidos cuando le pregunta «¿me vas a pedir dinero prestado, como mi padre?».
Con una paciencia infinita sin que languidezca en tomas largas e innecesarias, Kore-eda deja que surjan toda una serie de breves e intrincadas situaciones que trazan las tensiones, costumbres, rutinas rítimicas en espacios reducidos, anhelos y reclamos entre todas las personas que rodean a Ryôta El Roto: Roto porque lo poco que gana se lo gasta de inmediato en boletos de lotería y en las carreras de caballo siempre fallidas. Roto porque es un novelista que no ha podido escribir su segunda obra después del éxito breve de la primera, de la que su madre lo llega a presumir con sus vecinos, de la que alguna vez su padre llegara a aprovechar para empeñar con el prestamista local un libro de primera edición que llegaría a tener más valor algún día. Roto porque nunca pudo llevar a bien su matrimonio con Kyôko Shiraisi (Maki Yôko, fenomenal) y el divorcio también lo alejó de su hijo único Shingo Shiriasi (Taigo Yoshizawa) y del que Kyôko procura que ni se le acerque, ni lo influencie y le pague la pensión alimenticia que no llega a completar. Roto y más roto porque trabaja como un detective privado bajo el pretexto que el oficio le servirá para una futura novela que ni aun se ha escrito, tal vez ni se escribirá, pero lo entretiene lo suficiente para sacar ventaja de las investigaciones de pareja, extorsionar a un joven que anda con la su maestra en la escuela, aunque ese caso le resulte contraproducente en la oficina con su jefe Lily Frankie (Lily Franky mismo) y poder espiar a su ex exposa Kyôko teniendo una vida más estable de la que alguna vez tuvo con él, causándole una evidente pero algo morbosa molestia al comportarse como un verdadero acosador. Y tal vez aun más roto porque esa distancia lo separa de sus intentos por encajar con su hijo ya púber, estirando el poco dinero para invitarlo a comer y nunca completando su pensión alimenticia. Si hay alguien que parece ser su enemigo mortal con justo reclamo a flor de piel, eso parece ser la durísima pero nada fuera de razón de Kyôko.
Si hay algo que tanto la historia como los personajes suelen señalarle, Ryôta pareció ser el resultado De tal padre, tal hijo (Hirokazu Kore-eda, 2015), aunque siempre odie la comparación cada que su madre y su hermana le recuerden ciertas costumbres heredadas del finado: los juegos de azar, estar permanentemente pobre, recurrir al empeño y pedir dinero prestado. Pero esa circularidad que parece ser herencia, esa repetición de costumbres como una prolongación transgeneracional, se acendra sobre todo con la precaria situación econoómica en la que vive la clase media japonesa. Parte de un todo de una sociedad, Ryôta acepta que su madre le de jugo congelado como postre, le divida su porción de fideos cada que la «visita inesperadamente» y le ayude a cuidar de sus plantas, hasta de un mandarino simbólico, que ni siquiera dio frutos como el mismo Ryôta. La circularidad generacional sí resiente que la familia de Ryôta esté separada, que dificulte lo poco bueno que pueda hacer por sobrellevar las migajas que quedan del mismo. Y en una de las intentonas en las que Ryota busca esquivar la tormenta infinita de su vida, un inesperado ciclón lo encierra con su hijo y ex-esposa en la casa de su madre.
Todo apunta para que el encierro inesperado reviente en un drama familiar cercano al estilo neorrealista del cineasta Mikio Naruse, con altercados y reclamos subidos de tono y manotazos, pero el estilo fílmico y apacible de Kore-eda se asemeja más al calmo y lírico de Yazuhiro Ozu donde los conflictos personales siempre están presentes pero nunca revientan en escenas melodramáticas, sino observando con tranquilidad la alegría de su madre Yoshiko al procurar la cena a su nieto o su lamento porque el matrimonio de su hijo Ryota haya terminado en divorcio, así como no tener la educación suficiente y casi culparse por su lamentable situación, disculpándose ante su nuera Kyôko por lo mismo. Y es así que Tras la tormenta, Kyôko logra abrir una ventana de esperanza para que Ryôta vuelva a conectarse con su hijo, a pesar de los devaneos infructuosos que este ha tenido y probablemente también pueda darle salida a sus intentos de escribir aquella nueva novela que se le ha escapado por largo tiempo, reforzándose los lazos familiares que ya se tienen y con mirada más que generosa aceptar y sobreponerse a las fallas que la vida misma conlleva.
https://youtu.be/dVcLAWKMVfI
Ficha técnica
Guión, Dirección, Edición: Hirokazu Kore-eda
Produción: Kaoru Matsuzaki, Akihiko Yose, Hijiri Taguchi (AOI Pro Inc.)
Dir. de Fotografía: Yutaka Yamazaki
Sonido: Yutaka Tsurumaki
Reparto: Abe Hiroshi, Yoko Maki, Kiki Kilin, Taiyo Yoshizawa