Qué difícil es ser un Dios, de Aleksei German


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Postal de Arkanar

En la obra sumaria y póstuma de Aleksei German, Qué difícil es ser un dios (Trudno byt bogom, Rusia, 2013), cuyo larguísimo proceso de creación/producción rebasó a la misma muerte del cineasta para poder ser visto en las pantallas gracias a los toques finales que su esposa y coguionista Svetlana Karmalita y su hijo Aleksei German Jr. le dieron para su estreno en el Festival de Cine de Roma en 2013, llegamos a una decantada y atípica adaptación del libro homónimo de los escritores paisanos de Ciencia Ficción, Arkadi y Boris Strugatsky. Abriendo con la primera y lejana referencia que tendremos de alguna región de la ciudad de Arkanar bajo la nieve, brincamos a los húmedos y lodosos entresijos de la ciudad donde el historiador Don Rumata (Leonid Yarmolnik) despierta y se reúne prácticamente a escondidas con sus colegas terrestres con los que ha llegado a un planeta en pleno retraso medieval de 800 años, que ni siquiera ha tenido asomo alguno hacia el Renacimiento y que menos debe mencionarse fuera de ese círculo, ya que prevalece una Orden religiosa que persigue a intelectuales y artistas que amenacen la estructura establecida repartida entre los «Grises» y «Negros», a quienes Don Rumata mantiene bajo el dominio al erigirse como hijo ilegítimo del Dios pagano Gorán, y por lo mismo es intocable. Y bajo el esquema de no intervención, se han mimetizado con el ambiente asfixiante de lodo y mierda, caos y esclavitud reinante, barbarie y claustrofobia, en el que viven para documentar científicamente un mundo paralelo que procuran no cambiar.

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Y en lo que parece haber abandonado por completo una narrativa directa, tradicional, Aleksei German prefiere eludirla dejándola por debajo del lodo que todos pisan, escondiéndola en el desfile de acciones abigarradas y cotidianas, asomándola a cuentagotas en los diálogos indirectos, diluyéndola en la pelotonera de gente que se amontona por complacer a Don Rumata y evaporándola en la constante niebla que aglutina los espacios de Arkanar. Por eso, la cámara nunca tiene el espacio y distancia sacra e inviolable que permita suceder las escenas en trazos posados y esteticistas, al revés, todo el tiempo choca y le estorban en su andar descriptivo que deja una sensación de tridimensionalidad que ni el cine estereoscópico del montón se ha atrevido a visitar. En todo caso, se asemeja a una cámara documental que registra a un planeta y sus seres paseándose entre ellos, casi saludándolos y permitiendo que sus miradas la apelen y la vean igual de enlodados/enmierdados como todos; apenas al inicio se denuncia ante nosotros con una mascarilla nublada que pronto desaparece como enjugado por las torrenciales lluvias, yendo y viniendo entre el punto de vista del mismo Don Rumata y la omniescencia heterodoxa del no-relato. Entonces, Aleksei German pichicatea la historia original de los Strugatsky por instantes y después la oculta fuera de cámara, retornando a la consecuencia de la épica como en la observación de su decantado. De esa forma, vuelve exasperante y genialmente delicioso un mundo que parece haber retomado y después reventado las secuencias de la invasión de los mongoles en Andrei Rublev (Tarkovsky, 1969), barbarie cotidiana a más no poder volcada en la ignorancia y la necedad, paseándose entre los colgados bañados de jalea putrefacta y sádica diversión justiciera que juega con entrañas desparramadas.

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Esta adaptación de la novela contó con la aprobación de sus autores a finales de los años sesenta del siglo pasado, incluso con la luz verdepara ser filmada de parte del instituto estatal de cine soviético, Goskino, pero apenas los tanques soviéticos se ocuparon en apagar la Revolución de la Primavera checoslovaca, fue de inmediato prohibida dejando el proyecto en una latencia indefinida, acaso previendo que esta ficción distópica en extremo era una obra antitotalitarista, en principio anti soviético, pero cuya ubicuidad la coloca también en contra cualquier otra forma totalitaria aplastante demócrata/despótica con o sin disfraz de libertad, a final de cuentas, versiones revolcadas de lo mismo. Qué difícil es ser un Dios lleva a la distopía a un nuevo territorio que la Ciencia Ficción cinematográfica no había visitado con tal frenesí, desprovista de recursos übertecnificados para presentar con hiperrealismo este mundo alterno, un mundo de todos nuestros mundos si se quiere, y en el que mínimo se necesita una Carta de Navegación para salir victoriosos de este planeta «pequeño y más cercano a la Tierra», como describe el narrador que puntúa este documental observacional que entra y sale de la niebla.

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tumblr_my7up6ZdJt1qgpamwo1_500 tumblr_my7up6ZdJt1qgpamwo2_500Don Rumata es el intermediario que menos resuelve, que más se consiente y el que más caos deja a su paso. Los grandes bandos de Grises y Negros apenas se distinguen en la escala de grises-lodo-mierda-sangre en blanco y negro que recorre de la cinefotografía de Vladimir Ilyin y Yuri Klimenko. Ni siquiera sus actos más nobles prosperan cuando demuestra qué pasa al liberar un esclavo y este se derrumba instantes después de vivir su libertad («¿Quién necesita del mundo sin esclavos?», clama Don Rumata). Pero su estatus de semidiós tampoco puede salvar al ratón de biblioteca que casi se escapa de los soldados que lo escoltan a la horca, en todo caso les hace cumplidos irónicos mientras cuelgan inertes («Eras uno de los mejores»). La Ciencia Ficción Rusa ya no especula sino que concreta el final alternativo que refuerza la tesis misma del libro de los Hermanos Strugatsky: ya no es solo visitar, documentar, no intervenir y tras 20 años de convivir, regresar a rehabilitarse en la Tierra de aquel planeta estancado en permanencia voluntaria, es más bien encontrar la trascendencia, la metafísica oscurantista y lodosa de la existencia humana en un planeta espejo donde el avance, la sabiduría y el conocimiento más avanzado prefiere hundirse en la más grande de las ignominias («Dejé mi casa hace tanto tiempo y nunca regresé a ella»). No es ninguna Melancholia (Lars von Trier, 2011) estrellándose contra tu planeta: eres tú, intento de Dios, mimetizándote con la barbarie fuera de este mundo, tan lejana y hasta dentro de El infierno de todos tan temido.

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Ficha técnica:

Título original: Qué difícil es ser un Dios (Trudno Byt Bogom)
País: Rusia, 2013. (170 min.; 35mm, B&N)
Reparto: Leonid Yarmolnik (Don Rumata), Aleksandr Chutko (Don Reba), Yuriy Tsurilo (Don Pampa), Evgeniy Gerchakov (Budakh), Natalia Moteva (Ari).
Director: Aleksei German
Guión: Svetlana Karmalita, Aleksei German Adaptación de la novela homónima escrita por Boris y Arkadi Strugatsky.
Dirección de fotografía: Vladimir Ilyin, Yuri Klimenko
Diseño de producción: Sergei Kokovkin, Georgi Kropachev, E. Zhukova
Vestuario: Yekaterina Shapkaitz
Maquillaje: Olga Izvekova, N. Ratkevich
Música: V. Lebedev
Sonido: N. Astakhov
Editores: Irina Gorokhovskaya, Maria Amosova, Yevgeny Pritzker
Gerente de producción: Marina Dovladbegyan
Productores: Viktor Izvekov, Rushan Nasibulin
Compañías productoras: Studio Sever, Russia 1 TV Channel
Distribución: Interior XIII

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