La dictadura perfecta… es México. Porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer que no lo es, pero que de hecho tiene, si uno escarba, todas las características de una dictadura.
Mario Vargas Llosa, “Encuentro Vuelta”. México,1990.
El proyecto no tenía planeado este título, sino hasta que alguien comentó que la película le evocaba aquel famoso comentario de Vargas Llosa, fue cuando la producción de Bandidos Films decidió bautizar así este largometraje de Luis Estrada con el que ¿cierra? su tetralogía política, iniciada desde la Ibargüengoitesca Ley de Herodes, pasando por la fábula antineoliberal de Un mundo maravilloso y continuado por El Infierno del narco paraestatatal por todos tan temido. Sin embargo, la evocación misma del título parece asentar de principio a fin esa tesis con esta entrega, pues la Política Ficción Mediática entra al quite de la sátira cuando los guionistas Estrada-Sampietro se ocupan en criticar el prevaleciente sistema político mexicano desde las entrañas del poder mediático de Televisa, renombrado para propósitos de la ficción como Tv Mx-Televisión Mexicana. Por eso, la política ficción mediática sugiere la entrega de maleta con dinero a un político en sus créditos iniciales y después le da un repasón al Presidente (Sergio Mayer) con su lamentable pronunciación del inglés en un encuentro con el Embajador de EU. De inmediato, La Dictadura Perfecta recorre en breve edición cebollera el escarnio social que sufre el Presidente gracias a las redes sociales (muy cortada pero no tan finito). Esa noche, un general del Ejército Mexicano entrega un video en las oficinas del Director de TV Mx (Tony Dalton) quien encarga al profesional del engaño Carlos Rojo (Alberto Herrera), productor del noticiero estrella, soltar a nivel nacional el video escándalo in fraganti de la entrega de maleta al Gobernador Camilo Vargas (Damián Alcázar) dando pie a que el conductor de 24 horas y media (Saúl Lizaso nada plano) lo denigre en cadena nacional. Desde aquí, la política ficción mediática de Estrada se permite hacer un conglomerado de las joyas que la política mexicana de los últimos tiempos ha cometido, y es el productor Carlos Rojo el encargado para llevar una campaña de limpieza de imagen del Gobernador y con quien recorremos el proceso para apagar un el escándalo que la televisora generó por «órdenes de arriba».
El humor negro que suele utilizar Estrada en su filmografía aparece de vez en cuando dando giros a las escenas que provocan breves risas, como el momento en que tanto Rojo como el galancete reportero estrella (Osvaldo Benavides) son bajados a punta de arma larga de sus camionetas al intentar entrar por carretera a Durango, no sin antes presenciar unos cadáveres colgados y tomarse la foto del recuerdo con los narcos que no se pierden el noticiero estrella («Qué va a decir mi mamacita cuando lo vea»). Y después la política ficción mediática encuentra que no todo tiene que ser escarnio, porque ha de aparecerse un oportunista y marrullero diputado de la oposición (Joaquín Cosío, un conglomerado Noroña-López Obrador) para tratar de usar a su favor «el periodismo objetivo» que ha demostrado Tv Mx y que representa un Carlos Rojo diplomático para no demostrar el estrés en el que se encuentra, desde que su jefe le prometió su gran recompensa bajo amenazas («No la vuelvas a cagar, cabrón»). Si eso fue desafortunado para nuestro héroe malhabido, el gobernador Vargas será peor, pues en todo momento se encontrarán en una dinámica Viruta-Capulinesca por arreglar lo que el Gober sabotea a cada tanto, no sin antes celebrar en el antro de la jai-sosáiti duranguense con sus Bellas de Noche (Miguel M. delgado, 1975) y medio gabinete protegido por gente del capo estatal.
La política ficción mediática se demuestra oportunista aunque no hábil cuando un incidente es el ideal para distraer la atención: en una predecible y torpe secuencia de la nana (Sonia Couoh) coqueteando con un ligue de calle, en varios cortes plantea la desaparición de las gemelas, cuando pudo haberlo presentado en menos. Pero el Productor Carlos Rojo ve la oportunidad de inflar la pequeña tragedia en reportaje de preocupación nacional logrando niveles altos de audiencia en el horario Prime Time. Y aquello que había ganado con elipsis y breves insinuaciones se pierde cuando sigue punto por punto la construcción del caso del secuestro de la gemelas «Paulette» y da visos alternos de construir un thriller político cuando el diputado Tomás Moro amenaza con revelar los contratos que tiene Camilo Vargas con la televisora. Y las escenas distendidas, los diálogos entorpecedores («Pues dicen que cualquier hoyo es trinchera»/»me cae que yo sí se la mamaba…») operan en contra de lo poco que pudo construir desde el inicio para nunca volver.
Pero para recordar al público que está viendo una sátira, sobrepone La urraca ladrona de Rossini cuando las ominosas camionetas suburban circulan por las avenidas de la Ciudad de México de Camino MUY largo a la Televisora desde Los Pinos, cual Chespirito abusando de la Marcha turca de Beethoven, y segmentos de la Novena Sinfonía para indicar que la política ficción mediática puede ser grandilocuente, sofisticada, e intentar distanciarse de la comedia Televisa que arrastra en cada chiste. Y el esperpento lo guarda al poner un epílogo del epílogo, pues parece haber tantas cosas que decir acerca de lo mismo desde arranque de la película, donde resulta que la Intriga contra México (Gavilán Fernández, 1991) era un plan apenas insinuado y por el que el personaje de Carlos Rojo se demuestra como el protagonista sin evolución alguna pero hábil para ascender de puesto y nada más.
Entonces la política ficción mediática de La dictadura perfecta se ubica, sin querer queriendo, en el terreno cómodo que el mismo Vargas Llosa señalaba: la película presenta una actitud crítica pero como de intelectual del sistema, que no adula pero cómo refunfuña, no le aunque si de todos modos en el epílogo final responde la pregunta que su mismo eslogan hace al público. De esta forma, la ironía roza la propaganda involuntaria desde la burla con todo y su incuestionable éxito en la taquilla mexicana.
Ay, nuestro cine.